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Libertadores para armar: 1973, el equipo de la Unidad Popular

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A 40 años del golpe de Estado en Chile, el fútbol no fue ajeno a los avatares políticos de aquel tiempo oscuro en el continente. Colo Colo, acompañado por multitudes, puso en apuros a los militares asesorados por la CIA gracias a una campaña digna de evocación en las líneas que siguen.

1973
Chile no tiene un frondoso historial en la Copa Libertadores. Registra apenas un campeón (Colo Colo, 1991), 5 subcampeonatos (Unión Española 1975, Colo Colo 1973, Cobreloa 1981 y 1982, Universidad Católica 1993) y ningún título intercontinental que desatara esas desmesuradas expresiones de júbilo patriótico, con coberturas amplificadas de los medios chilenos, ante hechos de relativa trascendencia: un sub 20 revolucionario, un tenista agraciado, una clasificación a la Copa del Mundo donde la mitad de los países que participan consiguen esa distinción. Hablamos de Chile, está bien, pero no se condicen sus logros deportivos con los postulados de primermundismo (?) que pregonan del otro lado de la cordillera. No casualmente cierta doxa lo sindica deportivamente como el “España de sudamérica”, aunque también en política existen nexos comunes: genocidas asesinos con amplios consensos sobre sus acciones en sectores influyentes de la sociedad.

La política, precisamente, deviene insoslayable para referirse a un hecho importante en la historia de la Libertadores, coincidente con un triste episodio del que hoy se celebran 40 años. El Golpe de Estado contra el gobierno democrático de Salvador Allende en Chile tuvo efectos extendidos, perdurables, en el plano político-económico, social y cultural de ese país. Impulsado por el secretario de Estado de Estados Unidos (Henry Kissinger), la CIA, las multinacionales y ejecutado por las fuerzas militares encabezadas por Augusto Pinochet, fue el antecedente sangriento de lo que finalmente ocurrió en el Cono Sur. Una marca persistente que explica por qué ese paisitito (?) es una de las naciones más inequitativas del mundo y que también se expresa en los comicios venideros: los tres candidatos presidenciales exhiben lazos filiales con aquel suceso trágico. Michele Bachelet, favorita en las encuestas, es hija de Alberto Bachelet, un general de aviación que murió luego de largas sesiones de torturas en 1974. Evelyn Matthei, representante de la derecha gobernante, es hija de un ex miembro de la junta militar de la dictadura pinochetista, y el padre biológico de Marco Enríquez Ominami fue uno de los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), asesinado también en 1974 por el ejército chileno. Es decir, la dictadura en Chile configura una herida abierta, irreductible al presente. Por el modelo económico intocado que afecta derechos en el campo del trabajo, la salud, la educación, el deporte; por leyes democráticas que han protegido a quienes cometieron delitos de lesa humanidad durante 17 años en el poder y por la reivindicación, ya ni siquiera disimulada, de los años de Pinochet por parte de actores políticos influyentes. Uno de ellos es el actual presidente, Sebastián Piñera, hermano de José Piñera, ministro de la dictadura.

Como se advierte, las marcas del golpe de estado están por todas partes. Y el fútbol en general y la Copa Libertadores en particular –como se dijo- no son la excepción. ¿Por qué? Porque previo al derrocamiento de Allende, hace hoy 40 años, Colo Colo protagonizó un fenómeno social no tan revisitado pero de indudable valor histórico en virtud del contexto en que se produjo, de las polémicas suscitadas y de las implicancias que resuenan hasta la actualidad. Para comenzar, digamos que el cuadro cacique, dirigido por Luis Alamos –responsable de formar el Ballet Azul durante su paso por la Universidad de Chile y de la clasificación del seleccionado chileno al Mundial de Inglaterra 1966-, fue el primer equipo de ese país en llegar a la final de la Libertadores. Lo logró tras una campaña extraordinaria, expresada en goleadas durante la fase de grupos (5 a 0 a Unión Española, y dos 5 a 1 a El Nacional y Emelec de Ecuador, respectivamente), en triunfos inéditos para el fútbol chileno (2 a 1 a Botafogo, en Brasil, en las semifinales donde también se midió con Cerro Porteño de Paraguay) y en quedar al borde de arrebatarle la copa nada menos que a Independiente, el campeón de la edición anterior, formación poderosa que alistaba en su plantel a nombres como Pepe Santoro, José Luis Pavoni, Pancho Sá, Miguel Ángel Giachello, Semenewicz, Balbuena y un joven melenudo (?) llamado Ricardo Enrique Bochini (debutó en la libertadores ese año).

Pero también Colo Colo tenía jugadores de jerarquía, los cuales fueron apuntalando su recorrido en la Libertadores. Especialmente en función ofensiva, donde sobresalían la técnica de Francisco Chamaco Váldez, mediocampista experimentado, el alma del equipo según evocan periodistas e hinchas albos, y un tridente ofensivo demoledor integrado por Carlos Caszely –desequilibrante por sus gambetas y su velocidas-, Sergio Ahumada –goleador atroz (?)- y Leonardo Véliz –autor de goles clave en tramos cruciales de la competencia-. Tan bueno era el equipo de Alamos, técnico que ponía énfasis en el aspecto psicológico para enfrentar los rigores del torneo, que incluso viejas glorias colocolinas lo señalan como la formación más importante del club en sus 88 años de historia, por encima del campeón de la libertadores 1991, aquel de Barticiotto, el Pato Yañez, Jaime Pizarro, Gabriel Mendoza, Morón y Margas, entre otros.

Colo Colo 1973

Lo más relevante de Colo Colo 73, al margen de sus virtudes futbolísticas, fue el escenario sobre el que se desarrolló su campaña. Transcurría el gobierno de la Unidad Popular (UP) en medio de profundos conflictos internos derivados de las transformaciones políticas y económicas promovidas por Allende en beneficio de las mayorías, algo que desde luego repercutió en el fútbol, de diversas maneras. Si bien en el plantel evitaban opinar sobre la convulsionada realidad del país, algunos integrantes del plantel cacique eran confesos simpatizantes de la UP, por caso Caszely, militante comunista cuya madre fue torturada con los militares ya en el poder. También Véliz, Guillermo Páez y el entrenador Alamos no ocultaban su adhesión con el gobierno de Allende. Se añade, como telón de fondo a consignar, que ese Colo Colo convocaba multitudes, no impedidas de asistir a los partidos pese al salvaje paro de transporte y los boicots patronales impulsados por sectores opositores, afines a terminar con la pesadilla roja de la UP. El Estadio Nacional, tristemente célebre pocos meses después, albergaba entre 75 y 80 mil personas en cada presentación del cuadro albo, paralizaba al país no precisamente por el paro en cuestión sino por el interés que despertaba al equipo, otro crédito nacional que perfilaba el mayor logro deportivo del fútbol chileno. Ese clima de efervefescencia popular no pasó desapercibido para los militares asesorados por la CIA, deseosos allá y acá de concretar cuanto antes el golpe contra Allende. Prueba de lo que generaba aquel equipo, de su enraizamiento en núcleos importantes de la sociedad chilena, de lo que tensaba más allá del fútbol, es lo que un periodista se animó a compartir, una tesis en absoluto disparatada en su libro Colo Colo 1973, el equipo que retrasó el golpe. Dice el periodista Luis Urrutia ‘O Nell, muy conocido en Chile, autor del citado libro: “Si Colo Colo no hubiese andado tan bien en la Copa Libertadores, convocando 80 mil personas tan frecuentemente, el golpe se hubiese producido antes. Los asesores estadounidenses que percibieron toda esta efervescencia popular como un escollo para una intervención militar, desde un punto de vista estratégico, pensaron que era mejor esperar un mejor momento. Colo Colo pierde la copa la primera semana de junio y tres semanas después se produce el “Tancazo”. En agosto, Colo Colo se viste de rojo y pasa a ser la Selección, con 10 jugadores titulares en el equipo, para definir con Perú la clasificación al Mundial de Alemania. Chile elimina a Perú y un mes después se produce el golpe”.

La hipótesis de O’ Nell fue desestimada por varios integrantes del plantel de Colo Colo, con excepción del comunista Caszely. Más aceptada, da la impresión, fue la tesis que postulaban aquellos que reniegan del dictador Pinochet pero también de la revolución democrática de Allende. Los dos demonios de siempre. “El fútbol unió a un país dividido por ideologías”, es el speech remanido hasta hoy. Cabría conjeturar, en contraposición a los que creen en un fútbol puro y ajeno a la política endemoniada, que ese equipo puso en apuros a militares chilenos y civiles yanquis al erigirse como un hijo dilecto del gobierno de Allende, quien auguraba la victoria cacique estimulando el fervor del pueblo mediante entradas a bajo costo, e incluso se encontró dos veces con el plantel para brindarle su apoyo: en el Palacio de La Moneda de Santiago, y en Avellaneda, antes de la primera final con Independiente, cuando participó de la asunción de Héctor Cámpora como presidente argentino.

Se trata de hipótesis, presunciones, conjeturas sobre un hecho futbolístico que afecta a la Libertadores, ocurrido en el preludio de una tragedia mayúscula cuyas secuelas perduran. Infinitamente menos importante, también perduran las quejas de futbolistas e hinchas colocolinos respecto del arbitraje en las tres finales con Independiente. En la primera, señalan un grosero error del juez al convalidar un gol ilícito. Más o menos la cosa fue así: un jugador de Independiente, a puro empujonazo limpio, metió adentro del arco al arquero Adolfo Neff con pelota y todo. Sobre esa primera final, dos jugadores del cacique, Francisco Valdés y Leonel Herrera, señalaron tiempo después: “Antes de jugar en Avellaneda, dos ex jugadores de Independiente que estuvieron en Colo Colo, Mario Rodríguez y Raúl Decaria, nos anticiparon que los árbitros aparecerían en nuestro hotel para ser sobornados”. Y sí, muchachos, así también se gana la Libertadores (?). También en la segunda final los albos cuestionan un gol mal anulado a Caszely, en tanto en el partido definitorio -1 a 1 en Avellaneda, 0 a 0 en Santiago, debió jugarse un tercer encuentro en Montevideo, como dictaban las leyes de ese entonces-, critican una expulsión de un jugador de Colo Colo, previo al comienzo del alargue. Demás está decir que en el alargue vino el gol de Independiente.

Colo-Colo 1973, a 40 años de la hazaña from Filial_1973 on Vimeo.

Lo otro perdurable remite a la actualidad de Colo Colo. Con 4000 socios, desfinanciado y sumido en una grave crisis futbolística, el Cacique sufre las consecuencias del contrato formalizado con la gerenciadora Blanco y Negro (ByN) en 2005. Uno de los que formó parte del periplo de ByN es Sebastián Piñera, el presidente, ferviente defensor de que los clubes se transformen en Sociedades Anónimas Deportivas. Hermano de José, el ministro de la dictadura, Piñera y su modelo de club son otros legados de aquello que comenzó 40 años atrás.

Entregas anteriores: 1988, parte del invierno | 1989, vencer o morir | 1981, Rey Arturo | 1974, otro Octubre Rojo | Lamento boliviano | Choques argentos | El Brujo de Minas Gerais | Virrey Invictus | Expreso Colombia-Marruecos | Olimpia, el paraguapo más famoso


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